Psicologo

Empezar una psicoterapia; una pequeña guía

 

Finalmente decidiste empezar una psicoterapia. Enhorabuena, el primer paso nunca es fácil. Si llegas a concertar una primera cita ya alcanzarás una meta importante. Aceptar las propias debilidades es una prueba de fuerza y muy pronto aprenderás que sentirse vulnerable en un contexto seguro es una de las mejores cosas al mundo. Este artículo es para hablar de lo que te espera de aquí en adelante.

Durante la primera entrevista fíjate bien en el terapeuta: ¿sientes confianza? ¿Te encuentras bien hablándole? ¿Te hace sentir respetado? Si no estás convencido del todo puedes pedirle un tiempo para decidir o reservar otra sesión para hablar de tus dudas. Si no te convence, busca otro. Podrías preguntar a tus amigos si conocen uno. Vivimos en la época 2.0 pero el boca a boca sigue siendo la mejor manera de encontrar buenos profesionales.

A la hora de hablar de estos temas es muy frecuente olvidarse de algo importante: la psicoterapia funciona de verdad. La eficacia de la psicoterapia cognitiva ha sido ampliamente demostrada incluso en los últimos años (J. DiMauro, 2013). Investigaciones recientes confirman que un buen trabajo psicológico se asocia a mayores capacidades a la hora de afrontar ansiedad y depresión (M. Orgilés Amorós, 2003) y también a una mejor capacidad de manejar las emociones y las frustraciones (Greenberg, L. y Paivio, S. 2000).

Al mismo tiempo es útil recordar que ningún resultado es posible sin un mínimo de sacrificio. La clave para estar mejor a largo plazo muy a menudo es permitirse sufrir un poco en el presente. La tristeza es un aspecto fundamental en el proceso de desarrollo personal. Si no te sientes cómodo abordando ciertos temas o si algunos episodios te producen vergüenza, no estás obligado a hablar de ellos. Sin embargo, explicar a tu terapeuta que hay temas que no le comentaste porque no te sientes preparado, sería otra grande e importantísima meta.

El verdadero resultado de una terapia se mide en responsabilidad. Es un error muy grande pensar que el trabajo de un terapeuta es solucionarte tus problemas. Si el trabajo va por buen camino, serás tú quien aprenderá a tomar decisiones y a afrontar nuevos retos. Lo que hará tu terapeuta será ponerte en contacto con tus necesidades, ayudarte a reconocerlas, valorarlas y satisfacerlas.

Entre sesión y sesión tendrás que trabajar por tu cuenta. Yo suelo aconsejar a mis pacientes llevar un registro con los problemas que se le presenten a lo largo de la semana. Conocer todas las variantes que se asocian a esta situaciones -así como la manera habitual de afrontarlas- es muy importante. Enseña a ver los problemas de manera totalmente distinta y permite aprovechar al máximo la hora de psicoterapia.

A veces incluso mantener un simple registro y aprender a observarse parece una tarea imposible. Hay personas que se acostumbraron tanto a esconder las propias necesidades que el trabajo más grande es aprender a reconocerlas. Por eso, a veces una parte importante de la psicoterapia es la educación: identificar las emociones que se sienten puede ser increíblemente útil a la hora de entender lo que está pasando. No es lo mismo sentir enfado que sentir tristeza. Buscar patrones de conducta también puede ser útil a la hora de entender cómo el problema se ha desarrollado. Si no construimos una historial del problema, el peligro es sufrir en el momento presente sin saber porqué.

Los tiempos de una psicoterapia pueden ser muy diferentes. Solucionar un problema de estrés que apareció hace tres meses no es lo mismo que afrontar un trastorno de personalidad que se reforzó desde la infancia. Personalmente, he tenido pacientes que acabaron en seis sesiones y pacientes con los que trabajé durante años. Sin embargo, las investigaciones demuestran que las personas que siguen en tratamiento por más de seis meses suelen sentirse más satisfechas que quienes acaba antes.

En el contexto de la psicoterapia se presentan antes o después patrones familiares. Lo que pasa en el día a día en el mundo exterior se presenta en la consulta. Cuando ocurre, es un momento muy importante. La mayoría de las veces es el punto exacto en el que uno decide seguir o dejar. Pienso al caso de ese chico que nunca se había enamorado. Un día trabajando sobre el tema de su familia me dijo: “creo que esto no va a ningún lado, igual mejor dejarlo”. Le pregunté cuántas veces había repetido esas palabras, y en qué situaciones. Él pensó en todas las últimas personas con las que había salido. Estaba rozando con los dedos la puerta de acceso a su verdadero problema. ¿Abrirla o no abrirla? Yo podía acompañarle, pero esa decisión era exclusivamente suya.