Un artículo de Denis Pascon, terapia de pareja.
Terapia de pareja: emociones, pensamientos y comportamientos
Así que ayer peleaste con tu pareja. Llegaste a casa después de un día muy estresante y al ver los platos sin fregar, perdiste la razón. “La única persona que hace algo en esta casa soy yo”, empezaste a chillar, “Estás demasiado ocupado en mirar culos en Instagram para hacer algo!” La respuesta no tardó en llegar: “¡Si tienes que volver así cada noche, casi mejor que te quedes trabajando!” “Pues eso debería hacer, por lo menos allí me respetan y me ayudan!” “¡Eres un egoísta!” “¡Y tú, un vago!” A tus reproches se sumaron los suyos, en una imparable lucha a quién subía más el tono de la voz. Para rematar, dos portazos, lágrimas y otros dramas.
La terapia de pareja puede conseguir poner un poco de orden en el caos que ha ido construyéndose día tras día entre dos personas. En este sentido, su objetivo no es tanto que la pareja dure por durar, sino que tenga más instrumentos a la hora de entenderse mejor. En la terapia de pareja que suelo proponer, una de las primeras herramientas que consejo es aprender a dividir lo que experimentamos en tres cajas diferentes. La primera tiene que ver con los pensamientos (cómo interpretamos lo que está pasando), la segunda con las emociones (lo que sentimos) y la tercera con el comportamiento (lo que hacemos).
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Los pensamientos
Los pensamientos son fáciles de reconocer: tienen una estructura verbal. En términos científicos, constituyen lo que podríamos definir como el procesamiento cognitivo de la información. La única persona que hace algo en esta casa soy yo, representa un ejemplo perfecto de interpretación de la realidad. Los pensamientos nacen con una estructura lógica que nos puede engañar. Opiniones que nos parecen ciertas y científicas podrían estar equivocadas.
El objetivo de la psicoterapia cognitiva es ayudar a interpretar la realidad de una manera absolutamente cierta y objetiva. Piensa un poco en tu frase anterior: ¿es del todo cierto que eres la única persona que hace algo? ¿Y quién hizo esa lavadora ayer por la tarde? ¿Quién sacó el perro a pasear el lunes? De repente caes en que el miércoles tu pareja te preparó tu comida preferida: croquetas. ¡Con todo el tiempo que se necesita para hacerlas! Distorsionar la realidad significa no considerar todas estas informaciones, generalizando y dando una enorme importancia a otras, alimentando una serie de sentimientos negativos y exagerados.
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Las emociones: dificultades
Identificar los pensamientos y preguntarse si son ciertos puede parecer un proceso bastante sencillo. Sin embargo, identificar correctamente lo que sentimos y por qué, puede ser mucho más difícil. Nos han acostumbrado a percibir las emociones como algo incómodo. Ya en la antigua Grecia se agrupaban bajo la categoría de “pulsiones” y se contraponían a la lógica. La cultura católica asumió en parte este concepto considerando en general las emociones como algo peligroso y privilegiando nuevamente la razón. Jesús no es amor: es “el Verbo (Logos) Divino que se hizo carne y habitó entre nosotros”.
Tal vez estas perspectivas culturales nos explican por qué en el 2020 seguimos sin entender del todo nuestras emociones y cómo expresarlas. Nos han enseñado a razonar, calcular, escribir y leer, pero todavía cuando tenemos miedo no sabemos exactamente qué hacer con lo que sentimos. Esto vale sobre todo para los hombres, cuya educación muy a menudo se ha dirigido a comunicar solo la agresividad (si te pegan, no llores: pégale tú también) y a ocultar todas las demás emociones, símbolos de vulnerabilidad y de falta de virilidad.
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Las emociones: una definición
Las emociones se pueden definir como patrones de activación psicológica y fisiológica. A diferencia de los pensamientos, las emociones se sienten: producen aceleración, contracción, relajación, frío, calor y toda una serie de cambios a nivel hormonal. Aprender a distinguir entre pensamientos y emociones es una herramienta fundamental a la hora de entendernos mejor. “Lo hago todo yo” no es una emoción. Sentirse frustrado, sí.
Empezamos a ver algo de luz al final del túnel: ¿qué hubiera pasado ayer si en lugar de chillar (léase: dejarse llevar por las propias emociones sin identificarlas) te hubieras parado cinco minutos a reconocer lo que se estaba activando? Igual podías preguntarte si esa emoción que sentías era coherente con esa situación. ¿Apareció allí en la cocina o llevabas ya horas con esa mala sensación en el cuerpo? ¿Tenía que ver con los platos o con haber tenido un día infernal en el trabajo? Además de reconocerla, podías darte un par de minutos para ver si era posible regularla y bajarla un poco de intensidad. Incluso, podías preguntarte a ti mismo si era una buena opción hablar de ella con tu pareja y cómo hacerlo.
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Los comportamientos
Hablar con tu pareja de manera tranquila es un comportamiento; chillarle es otro. Cada uno tendrá sus ventajas y sus desventajas, pero en general la mejor alternativa siempre será la que te haga estar mejor con respecto a tu salud. No te equivoques: gritar barbaridades a tu pareja a lo mejor te puede parecer una manera de desahogarse, pero si tuvieras la posibilidad de verte al espejo en ese momento te darías cuenta de que estás montando un escándalo por tres platos sin fregar y lo peor es que estás gastando una cantidad increíble de energía. Acabarás agotado y sin haber solucionado nada.
Pues nos quedaremos con la otra alternativa. Has llegado a casa después de un día duro de trabajo y te has dado cuenta de que estabas muy irritable (emoción). Al ver los platos una voz en tu cabeza te ha dicho: “Están todavía sin fregar, tenía que hacerlo él” (pensamiento). En lugar de dejarte arrastrar por el enfado (emoción) y chillar (comportamiento) te has parado a razonar un minuto para poner cada cosa en su sitio.
Le has comentado de manera tranquila: “Ha sido un día horrible y estoy muy cansado, no me apetece fregar los platos”. Tu pareja te ha acariciado la cabeza y te ha contestado: “No te preocupes, cariño, lo iba a hacer yo ahora. ¡Tú descansa, que estás agotado!”
Te has tumbado en el sofá y él se ha encargado de recoger todo y dejarlo en orden. Ha venido a sentarse a tu lado para ver la tele y tú te has quedado dormido. El día de trabajo ahora te aparece como un recuerdo lejano y te das cuenta de que lo que necesitabas no eran platos limpios, sino alguien que te mimara un poco y que te escuchara.
Sigues allí, tranquilo, y de repente todo te parece mucho, mucho mejor de lo que esperabas.