Disfunción eréctil: el poder de las palabras

 

Existen palabras capaces de ir mucho más allá de su propia función: en lugar de describir y etiquetar la realidad acaban construyéndola. El termino impotencia es un buen ejemplo.

Los primeros en utilizar esta palabra en un sentido sexual fueron los romanos. Designaron con la expresión impotencia erigendi la imposibilidad de mantener una erección, y con la expresión impotencia generandi la imposibilidad de concebir. Desde entonces el acto sexual y la procreación se configuraron culturalmente como las características fundamentales de ser varón. Entonces, ¿de que sirve un hombre que no cumple estas dos funciones? Tal vez, llegando a los extremos más desagradables del razonamiento, es un hombre que no-puede ser hombre de verdad ni podrá serlo. In-potens.

Afortunadamente, la palabra impotencia ya no se usa para definir los problemas sexuales masculinos: en su lugar se suele utilizar el término disfunción. No obstante, el concepto de impotencia y sus consecuencias culturales y psicológicas son fundamentales para entender al paciente que presenta este problema y que nos pide ayuda.

Hoy en día, sabemos que la disfunción eréctil es un problema muy común. Sabemos que afecta al 2% de los hombres menores de 40 años y al 86% de los hombres mayores de 80, que se relaciona con estados de ansiedad, depresión, baja autoestima y que muy a menudo se convierte en un factor de inestabilidad en la vida de pareja. En el 30% de los casos se asocia con la eyaculación precoz.

Las personas que acuden a terapia suelen ser hombres entre los 30 y los 50 años. Muy a menudo llegan después de haberse sometido a distintos exámenes médicos sin encontrar ninguna razón física que pueda justificar su situación. Tienen muchas dudas sobre el hecho de que una terapia psicológica pueda ser efectiva de verdad y así volver a una vida sexual satisfactoria. Al mismo tiempo sienten que les faltan recursos para afrontar su situación. Se sienten víctimas de algo que no entienden: se sienten impotentes.

El primer paso en un tratamiento, consiste en definir la situación de manera muy específica. Cada caso puede tener causas médicas y/o causas psicológicas, presentarse de manera generalizada o puntual, haber sido algo que ha acompañado siempre la vida sexual de la persona o el resultado de un periodo o de un acontecimiento específico.

Hay casos en los cuales la disfunción erectil sólo representa el síntoma más superficial de problemas más amplios (por ej. una crisis de pareja o una educación afectivo-sexual centrada en la culpa) y otros en que se acompaña exclusivamente de ciertas prácticas sexuales (por ej. el sexo anal). Muy a menudo la persona acaba obsesionándose tanto con la necesidad de cumplir sexualmente que ,sin darse cuenta, está alimentando el problema en el desesperado intento de resolverlo.

Un dato bastante curioso en algunas investigaciones es la frecuencia con la que se manifiesta el problema según la orientación sexual. Un estudio a través de cuestionarios anónimos (A. Hart, R. Schwartz) demostraría que un 40% de los hombres homosexuales han tenido problemas para mantener la erección. Estos datos serían superiores a los resultados con hombres heterosexuales (26%). Hay mucho debate sobre cómo interpretar estos números. ¿Tal vez los hombres homosexuales estarían más obsesionados con la necesidad de cumplir con el estereotipo del hombre sexualmente activo? ¿O tal vez el simple hecho de vivir una sexualidad más directa los llevaría a ser más sinceros y contestar abiertamente?

Todavía no hay una respuesta a estas ni a muchas otras preguntas, pero algo es cierto: el papel de la vergüenza es muy importante en mantener el problema y en impedir la búsqueda de soluciones efectivas. La obsesión por cumplir sexualmente – que lleva a vivir con mucha ansiedad cada nuevo “fracaso»- a largo plazo puede tener consecuencias que afectan el bienestar de la persona en otros ámbitos de vida. En lugar de admitir un problema desagradable la persona podría establecer patrones de evitación sexual (tener una relación sexual con esta persona sería un desastre… mejor otra vez, cuando me sienta más a gusto…) confirmando así su incapacidad.

Volvemos al oscuro poder de las palabras: allí dónde se tendría que ver un problema para resolver, terminamos viendo una condición que nunca cambiará, sufrimos y nos sentimos incapaces. Tal vez estamos buscando la solución donde no la hay. Pese a lo que nos digan, el primer órgano sexual en importancia sigue siendo nuestro cerebro.